SOLAMENTE EVA (fragmento)
«¡Antonio! Antonio, date prisa, ¡tenemos que irnos!». Recuerdo que mi madre tuvo que llamarme muchas veces para llevarme al colegio el primer día. Había pasado toda la noche, hasta casi la mañana, con mi prima en mi habitación, probándonos vestidos, tacones y pintalabios. Vestido número uno, cambio de escena…y así hasta que nos rendimos al sueño. «¿Has cogido todo? ¿Tienes todo?». «Sí, tengo todo.». * Mi madre, Nirvana. Un nombre que para una mujer del sur y de montaña es un pasaporte para otro mundo. Este nombre, cuenta mi abuela, su marido se lo dio por la actriz de una película. Nunca se supo quién era la actriz, ni cuál era película. * Llegamos al colegio, yo iba con el pelo hasta los hombros que eran más anchos y fuertes que los de las otras niñas. La directora examinó bien mi cara, farfulló alguna palabra en voz baja y se dirigió a mi madre con una actitud amable e incómoda a la vez. * «Nombre del…». «Antonio», contestó mi madre casi como regañándola. «Antonio, siete años, mi segundo varón, el mayor ya está en la universidad». Mi madre siempre supo manejarse, más que yo. Yo que a partir de entonces en la vida siempre tuve que acostumbrarme a sentir las miradas de la gente encima, antes que sus palabras. * «Perdona, pero ¿eres un niño o una niña?». Lxs niñxs hacen preguntas, es normal. Conmigo siempre fueron directas, estas preguntas. Sus miradas curiosas, incrédulas, desordenadas, las palabras murmuradas al oído. La incomodidad y las miradas ávidas, a veces sin piedad, de las maestras. Mi madre me sacó de la que sería mi primera y joven jaula. Me llevaba consigo al colegio, era maestra de infantil. * «Quédate conmigo Antonio, pero no digas a lxs demás que eres mi hijo». Como muchas madres hizo de mi ser una protección para si misma. Fue un escudo para mi sentir. Derribando las primeras rejas, barreras, prisiones, que se me habían levantado delante. Así ese no, que resonaba cada mañana en mi cabeza, en mi cama, y que me bloqueaba y no me hacía levantar; de ese no, mi madre hizo un aquí, un ahora, a su lado. «No quiero que te conviertas en uno de sus miedos, Antonio, y tú no tienes que tener miedo», insistía. Porque mi madre sabía que me convertirían en una huida, en una excusa para la ambigüedad, un elemento de caos que la institución tenía que regular. Pero las reglas son como ramas demasiado duras, antes o después se rompen solas.
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